sábado, 24 de noviembre de 2012

Chapados a la antigua



Mis pensamientos viajaban a velocidad de la luz. ¿Enserio me estaba pasando esto? Celia paseaba la mirada distraídamente por la habitación y se detuvo en la pantalla del televisor que estaba parado en una escena de Crepúsculo. Suspiré, me alisé el pelo con los dedos, que era lo que solía a hacer cuando estaba nerviosa. Más allá de la realidad mi mente pensaba libremente, ¿secuestrar a Celia para que se casase con Pablo? ¿Convencerla? ¿Cancelar la boda? No, imposible, la única opción posible era la segunda, pero todos sabíamos que Cece era terca como una mula. Comencé a dar vueltas por la habitación como si fuera un perro enjaulado,  mi compañera se percató de ello y creo que se sintió culpable.

-Sé que esto te causa problemas, pero la verdad es que, no lo sé, no creo estar preparada para ello.- insistió- No es fácil por mi familia, ya sabes que mi padre no aprueba la relación.

Definitivamente mi vida parecía sacada de un culebrón de esos que echan en la 1.  El padre de Celia estaba muy chapado a la antigua, eran ricos, su familia había construido una de las primeras fábricas de la zona y la habían conservado hasta el día de hoy. Mi amiga no tenía más que un hermano mayor al que no le interesaba para nada el sector secundario, su pasión era el arte. Además, Celia se iba a casar con Pablo, un chico cuya principal meta en la vida era sacarse la carrera de químicas. Y digamos que Cece desarrollaba un amor por el cine y la literatura desmesurado. El séptimo arte era algo que teníamos en común, quizás lo que nos hacía mantener la amistad, en ese sentido el cine era nuestra vida. Los filmes clásicos nos volvían locas. Sonara extraño, pero era cierto.

Aún estaba cavilando sobre esto último cuando recibí la contestación de Lorena, él miedo de Celia había provocado que yo llena de pánico, le hubiera mandado rápidamente un tweet y eso conllevaba que a estas alturas la Princesa Blogger estaría creando la entrada explicadora al más puro estilo Diario. Sin embargo mi mayor preocupación no era como reaccionara ella, sino más bien Pablo. Él era un buen chico, no se merecía tener que lidiar con estos problemas, vale sí, reconozcamos que antes de conocer a Celia, Pablo era el peor novio que podrías tener.

Y es que cuando eres el chico más deseado del pabellón del instituto hay ventajas y desventajas. Siempre tenía alguna chica dispuesta a ir detrás de él en todo momento, cada semana había una intrusa nueva en el grupo. Y Claudia era una de esas chicas que se desvivían por un chico alto, fuerte y de ojos castaños, puede que nada del otro mundo, pero era un amor de persona. No recuerdo ninguna ocasión en la que Pablo no prestara ayuda de todo tipo, si alguien se había metido contigo, siempre estaba él, en primera fila defendiéndote como tu hermano mayor. Si contábamos que además se volvía loco con todos sus ligues formabas el novio perfecto. ¿Cuál era entonces el problema? Su incapacidad para preservar una relación estable, no es que no lo intentara, es que, simplemente tenía más o menos la idea de que todas estábamos dispuestas a irnos con él en cuanto el señor quisiera. Claudia se fue, pero el reto le llegó con Celia. Se paso todo el primer trimestre de 4º de la ESO intentando que ella cayera en sus redes. Trajo a nuestro grupo a todas y cada una del resto de chicas de las otras clases, pero ella ni se inmutó.

Sin embargo las aguas siempre vuelven a su cauce, y el lobo se enamoró de la oveja. Eso suponía un romance imposible, porque el novio de su hija no aportaría nada productivo a una fábrica de ladrillos si estudiaba químicas. Tampoco su primogénito mostró amor por la empresa familiar. Así pues, al señor González no le quedaba opción alguna que atar a su hija. Así era más o menos como describía la madre de Celia la situación, un padre sobre protector velando por el negocio de la familia.

Y ahora, a dos días de celebrar una boda secreta entre Celia y Pablo… ¿ella se echaba atrás? Mi mente era incapaz de asimilar tal información y me volvía loca. Pero si algo me sacó de mis casillas fue cuando mi compañía se puso a gimotear. ¿No era suficiente con intentar parar su boda? ¿No bastaba con romper el corazón de Pablo? ¿Había también que hacerme perder los estribos y que me pusiera a dar voces? ¿Tenía que llamar la atención de los vecinos?

En silencio caminé a mi dormitorio, una cómoda estancia azul, con un espejo que se abría dejando paso a un enorme vestidor, un canapé de color chocolate con un confortable colchón y un escritorio con un ordenador portátil. En una esquina reposaba una silla de oficina, probablemente yo la hubiera apartado ayer. En la otra punta, cerca de la ventana que daba paso a un balcón con flores, una estantería, del mismo tono que la cama, se hacía notar con todos sus libros, películas y discos musicales. Saqué uno de los primeros, lo elegí al azar no miré ni siquiera el color, sabía perfectamente lo que mi mente buscaba cuando se encontraba mal. Acaricié el lomo del libro mientras mis dedos notaban las inscripciones de la portada. Reconocí el intenso olor que desprendía cuando lo abrí y me enfrasqué en la lectura del primer volumen de la saga: “Cazadores de Sombras” y me sumergí en el intenso mundo de Clary, Jace y el resto. Y dejé que pasara el tiempo, hasta que Celia, sintiéndose mal abriera la puerta, me pidiera perdón y todos siguiéramos adelante con la boda. 

sábado, 17 de noviembre de 2012

Miedo prenupcial



Por los pasillos vacíos del edificio de secretaría de la Universidad de biología caminaba alguien a paso ligero. No se había detenido ni para murmurar un simple gracias a la chica que amablemente la acababa de matricular para segundo año, a pesar de que los plazos ya se habían cerrado hace dos meses y las clases empezaban la semana que viene. Ventajas de ser un enchufado diría Lidia. Eso no importaba en ese preciso instante, solo interesaba el haber conseguido su objetivo, un acercamiento, ver si se podía integrar o simplemente encontrar un topo mejor informado. Un chivo expiatorio del que nadie sospechase…

La mañana del jueves fue un tanto extraña, la noche anterior apenas había podido conciliar el sueño y aún tenía presente el mensaje de la Princesa Blogger. Temía lo que pudiera pasar ahora ¿cuál sería el siguiente paso? ¿Dónde nos iba a llevar todo esto? Y la misma pregunta que volaba por la mente de todo el grupo ¿quién demonios era la Princesa Blogger?

Demasiadas preguntas y pocas respuestas que además eran de lo más complicadas de averiguar. En mi paseo matinal por la ciudad me dio por pasarme por la cafetería de Diego y tomarme un buen cappuccino, era mi forma de decir gracias por el favor de ayer. Me senté en la barra de la cafetería y entablé conversación con su dueño y único camarero que por añadido era mi vecino.

-Aún no he tenido ocasión de preguntarte por tu gemela- dijo mientras me preparaba un buena café.

-Bueno, lo cierto es que aún no lo he gritado a los cuatro vientos- “Aunque la Princesa Blogger si lo haya hecho”-Simplemente descubrí que tenía una hermana y el resto es historia- comenté mientras revolvía mi cappuccino y le pedía un pastel.

Pasé gran parte de la mañana allí sentada, resultaba relajante y era una de las pocas formas que tenía de aprovechar mis últimos días de libertad antes de volver a la Universidad. Del bolsillo de la sudadera de Adrián saqué mi móvil, vale que no estuviéramos juntos, pero se la había dejado en nuestra casa y como Lorena es casi 10 centímetros más alta que yo y a ella le quedaba mal, yo me la agencié. Claramente. Apuré mi café mientras revisaba lo que tenía que hacer mañana viernes, día antes de la boda de Celia y Pablo. Por la mañana debía de terminar de hacer la maleta para Cece, y por la tarde tendría que acompañarla a la peluquería y por descontado poner a cargar mi cámara para que al día siguiente se llenase de fotos estúpidas como las que había sacado Mario en la de Izan y Pablo. Suspiré. Echaba de menos a Mario, mi Mario. Pero ahora temía que Adrián quisiera terminar bien, pero no podía hacerle eso a mi compañera de piso, a otra puede, a mi Lorena no. Impensable, quería salvar mi melena castaña.

Salí del bajo no sin antes despedirme de Diego, era un buen chico, agradable y simpático, pero no era mi tipo, sin embargo se había notado la conexión entre él y Rocío, y no estaría nada mal que terminasen juntos. Por lo menos tendría por seguro que mi gemela quedaría en buenas manos. O al menos Lucía había dicho que eran buenas manos. Y es que sí, Lucía había tenido un affaire, por llamarlo así, con el vecino del 2º izqda.

Todo sucedió hará cosa de unos tres años, no fue mucho tiempo, pero sí unos meses, si la memoria no me falla 6 o 7. Nunca llegamos a saber si se querían, porque durante todo el tiempo que fueron pareja eran muy tiquismiquis con el tema de su relación. No hablaban de ella si podían evitarla y siempre salían los dos solos. La verdad es que me parecía absurdo, al fin y al cabo se trataba de una de mis amigas de siempre y de mi vecino, confianza había. La cuestión era que aunque sonase raro, Lucía no llevaba toda su vida junto a Izan.

Seguí caminando por la calle en dirección a mi piso, a estas horas todo el mundo estaría despierto, aunque Lorena probablemente estaría en casa de Adrián, y no era que se hubiese quedado a dormir, es que según ella tenían que hablar de no sé qué cosa importante. Algo relacionado creo sobre un viaje que haría pronto él con sus compañeros de equipo y es que al igual que Mario, Izan y Alejandro, Adrián jugaba en el equipo local. Puede que no fueran de primera división, pero llevaban entrenando allí desde que mi mente recuerda nombres de personas.

Mi teléfono sonó y vi la foto de Claudia en la pantalla, y al mismo tiempo que me preguntaba cual sería su razón de llamada descolgaba e móvil. Se dedicó a darme la chapa sobre qué zapatos ponerse el sábado, si los salones o los otros, particularmente me daba igual el modelito que llevase a la boda, y casi me concentré más en descifrar lo que decía Patricia al otro lado de la línea. Luego nada más llegar a casa me encontré a Celia echa un ovillo en el sofá, y temiendo que estuviera enferma me acerqué a ella.

-Cecu ¿qué te pasa?- la interrogué nada más cerrar la puerta.

-La verdad es que no tengo nada claro lo de la boda de este sábado- contestó sin mirarme.

Me acerqué y ocupé un sitio a su derecha, me miró lentamente con sus sensatos ojos marrones. Su boca estaba formada en una expresión difícil de interpretar, ¿enfado o tristeza? Nunca lo sabré. Solo sé que era la primera vez que la veía articular otra expresión que no fuera una sonrisa. La primera vez desde que habíamos fechado la boda. La primera vez desde que se había escapado de la casa de sus padres los estirados (aunque solo fuese más bien su progenitor). La primera vez desde que se había instalado en la tercera habitación de nuestro pequeño piso en el centro de la ciudad.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Temblad, de Patricia no se ríe nadie



Arqueé las cejas, no sabía si reírme o empezar a pensar en mi cordura. Esto solo nos pasaba a nosotros, claramente. Alejandro pegó un puñetazo en la mesa, y paseé mi mirada por sus ojos de color azul claro.

-Me está vacilando. Se acabó.- explicó

-Pienso descubrirla- rugió Claudia, Celia intentó calmarla pero no obtuvo el éxito esperado.

Todos llevaban razón, a mí también me daba miedo el hecho de que había conseguido el número de Omar y probablemente tendría el de todos y cada uno de nosotros, sentía pánico simplemente pensar en lo que podría llegar a hacer.

-Os dije que no era yo- avisó Sara- esto es solo el principio, y no parará hasta que consiga lo que quiere.

¿Lo que quiere? ¿Qué era exactamente? Creo que nadie podría saberlo hasta que averiguásemos quién era la Princesa Blogger, la que se había pasado los meses alimentando nuestra sed de cotilleos, la que nos había hecho reír con su particular humor, ahora nos estaba sacando de quicio de una manera increíblemente estresante. ¿Me vacilaba? No lo tenía claro, lo que sabía de sobra era que Patricia venía buscando guerra tiempo atrás y yo la apoyaba, porque estaba claro que de mí no se ríe nadie. Y de mis amigos menos.

Instantáneamente como si la telepatía hubiese hecho mella entre Alejandro y Lucía se pusieron a explicar un plan mientras yo estaba a punto de ponerme a dar gritos porque tenía que ir a hacer mi turno en la tienda. Vale, que no quería irme en la parte interesante de la película, pero se acababan las palomitas y alguien debía ir a por más.

Tres minutos. Solo tenía tres minutos exactos para recorrer la ciudad. Ese era el tiempo que la chica a la que iba a relevar en la caja me había dado para llegar a la tienda. Y ni siquiera había taxis libres ¿Nueva York? Que va, esto era España.

Algún milagro hizo que Diego saliera de la cochera del edificio con su flamante Mini, y que amablemente me llevase hasta el trabajo, que gracias al cielo, quedaba casi enfrente de su cafetería.

Al principio la tarde en la tienda fue aburrida, solo un par de señoras que venían buscando ropa para sus hijas, un grupo de chicas de más o menos mi edad que iban a la caza del mejor vestido de fiesta y un hombre que necesitaba desesperadamente una camiseta azul para su mujer. Después de ayudar en lo que pude junto a mi compañera Carolina, nos dejamos caer delante de la caja, miré la hora y vi que eran las 7 menos cuarto, dentro de nada empezaría la hora del pánico como la llamábamos nosotras, a partir de las 7 las tardes de septiembre se volvían frenéticas en mi trabajo. No había tiempo para nada, ni mirar la hora siquiera.



Cuando por fin los relojes de la tienda de enfrente marcaron en punto fue como si un chip se activase. Empezaron a entrar numerosos grupos de gente, y la tienda se lleno de personas, mientras otra compañera se abría paso entre la muchedumbre y colocaba lo que estaba fuera de su sitio, Carolina y yo atendíamos la caja a duras penas.

Ni siquiera eran rebajas y frente a nosotras había una escena típica de película, dos rubias peleándose por la misma camiseta, debido a que la dependienta les había dicho que era la última de esa talla y que no llegarían más hasta la semana que viene y por lo visto, ambas la necesitaban para este viernes. Asombrada seguí atendiendo y poco después le cobré la prenda de ropa a la chica más alta.

A las nueve y media volví a casa, el piso a diferencia de cuando me fui ya no estaba lleno de gente, lo que resultaba extraño sabiendo que tanto Pablo como Izan y Lucía son mucho de quedarse a cenar o como dicen ellos a “hacer bulto”. Solo encontré a Rocío que estaba preparando algo parecido a una lasaña, a Lorena hablando por teléfono apoyada en la ventana del piso y a Celia tirada en el sofá viendo por trigésima octava vez (por lo menos) Tengo ganas de ti.

¿Estampa normal? Puede… quizás influyera que dentro de 5 días volviésemos a la Universidad.