Por los pasillos vacíos del edificio de secretaría de la
Universidad de biología caminaba alguien a paso ligero. No se había detenido ni
para murmurar un simple gracias a la chica que amablemente la acababa de
matricular para segundo año, a pesar de que los plazos ya se habían cerrado
hace dos meses y las clases empezaban la semana que viene. Ventajas de ser un
enchufado diría Lidia. Eso no importaba en ese preciso instante, solo
interesaba el haber conseguido su objetivo, un acercamiento, ver si se podía
integrar o simplemente encontrar un topo mejor informado. Un chivo expiatorio
del que nadie sospechase…
La mañana del jueves fue un tanto extraña, la noche anterior
apenas había podido conciliar el sueño y aún tenía presente el mensaje de la
Princesa Blogger. Temía lo que pudiera pasar ahora ¿cuál sería el siguiente
paso? ¿Dónde nos iba a llevar todo esto? Y la misma pregunta que volaba por la
mente de todo el grupo ¿quién demonios era la Princesa Blogger?
Demasiadas preguntas y pocas respuestas que además eran de
lo más complicadas de averiguar. En mi paseo matinal por la ciudad me dio por
pasarme por la cafetería de Diego y tomarme un buen cappuccino, era mi forma de
decir gracias por el favor de ayer. Me senté en la barra de la cafetería y
entablé conversación con su dueño y único camarero que por añadido era mi
vecino.
-Aún no he tenido ocasión de preguntarte por tu gemela- dijo
mientras me preparaba un buena café.
-Bueno, lo cierto es que aún no lo he gritado a los cuatro
vientos- “Aunque la Princesa Blogger si lo haya hecho”-Simplemente descubrí que
tenía una hermana y el resto es historia- comenté mientras revolvía mi
cappuccino y le pedía un pastel.
Pasé gran parte de la mañana allí sentada, resultaba
relajante y era una de las pocas formas que tenía de aprovechar mis últimos
días de libertad antes de volver a la Universidad. Del bolsillo de la sudadera
de Adrián saqué mi móvil, vale que no estuviéramos juntos, pero se la había
dejado en nuestra casa y como Lorena es casi 10 centímetros más alta que yo y a
ella le quedaba mal, yo me la agencié. Claramente. Apuré mi café mientras
revisaba lo que tenía que hacer mañana viernes, día antes de la boda de Celia y
Pablo. Por la mañana debía de terminar de hacer la maleta para Cece, y por la
tarde tendría que acompañarla a la peluquería y por descontado poner a cargar
mi cámara para que al día siguiente se llenase de fotos estúpidas como las que
había sacado Mario en la de Izan y Pablo. Suspiré. Echaba de menos a Mario, mi
Mario. Pero ahora temía que Adrián quisiera terminar bien, pero no podía
hacerle eso a mi compañera de piso, a otra puede, a mi Lorena no. Impensable,
quería salvar mi melena castaña.
Salí del bajo no sin antes despedirme de Diego, era un buen
chico, agradable y simpático, pero no era mi tipo, sin embargo se había notado
la conexión entre él y Rocío, y no estaría nada mal que terminasen juntos. Por lo
menos tendría por seguro que mi gemela quedaría en buenas manos. O al menos
Lucía había dicho que eran buenas manos. Y es que sí, Lucía había tenido un affaire,
por llamarlo así, con el vecino del 2º izqda.
Todo sucedió hará cosa de unos tres años, no fue mucho
tiempo, pero sí unos meses, si la memoria no me falla 6 o 7. Nunca llegamos a
saber si se querían, porque durante todo el tiempo que fueron pareja eran muy
tiquismiquis con el tema de su relación. No hablaban de ella si podían evitarla
y siempre salían los dos solos. La verdad es que me parecía absurdo, al fin y
al cabo se trataba de una de mis amigas de siempre y de mi vecino, confianza
había. La cuestión era que aunque sonase raro, Lucía no llevaba toda su vida
junto a Izan.
Seguí caminando por la calle en dirección a mi piso, a estas
horas todo el mundo estaría despierto, aunque Lorena probablemente estaría en
casa de Adrián, y no era que se hubiese quedado a dormir, es que según ella
tenían que hablar de no sé qué cosa importante. Algo relacionado creo sobre un
viaje que haría pronto él con sus compañeros de equipo y es que al igual que
Mario, Izan y Alejandro, Adrián jugaba en el equipo local. Puede que no fueran
de primera división, pero llevaban entrenando allí desde que mi mente recuerda
nombres de personas.
Mi teléfono sonó y vi la foto de Claudia en la pantalla, y
al mismo tiempo que me preguntaba cual sería su razón de llamada descolgaba e
móvil. Se dedicó a darme la chapa sobre qué zapatos ponerse el sábado, si los
salones o los otros, particularmente me daba igual el modelito que llevase a la
boda, y casi me concentré más en descifrar lo que decía Patricia al otro lado
de la línea. Luego nada más llegar a casa me encontré a Celia echa un ovillo en
el sofá, y temiendo que estuviera enferma me acerqué a ella.
-Cecu ¿qué te pasa?- la interrogué nada más cerrar la
puerta.
-La verdad es que no tengo nada claro lo de la boda de este
sábado- contestó sin mirarme.
Me acerqué y ocupé un sitio a su derecha, me miró lentamente
con sus sensatos ojos marrones. Su boca estaba formada en una expresión difícil
de interpretar, ¿enfado o tristeza? Nunca lo sabré. Solo sé que era la primera
vez que la veía articular otra expresión que no fuera una sonrisa. La primera
vez desde que habíamos fechado la boda. La primera vez desde que se había
escapado de la casa de sus padres los estirados (aunque solo fuese más bien su
progenitor). La primera vez desde que se había instalado en la tercera
habitación de nuestro pequeño piso en el centro de la ciudad.
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