-LO QUE ME FALTABA- oí gritar a Lorena.
Supuse que ella habría llegado a casa y Celia le hubiera
explicado sus temores al matrimonio a dos días de la boda. Y claro, eso sacó de
sus casillas a Lorena, típico. Y di gracias a que era la rizosa, y no se
trataba de Claudia, que probablemente hubiese montado un espectáculo en medio
del salón. Y tendría unos motivos
claros, unos patrones pre-establecidos, un modelo.
Significaba mucho para mí aquella boda, todos la habíamos
organizado excepto los novios, ellos no habían movido un dedo porque se trataba
de una acciones a escondidas del padre de Celia, y temimos que el hombre
hubiera contratado un detective privado que siguiera a nuestra amiga- aunque
era poco probable, dicen que mejor prevenir que curar.- El peor momento
llegaría cuando se enterase el resto, incluido el prometido de Cece. Y esto a
su vez conllevaría a una discusión, lo sabía, lo intuía, algo dentro me lo
decía, no sabía el que, pero esa discusión iba a ser mucho peor que todas las
anteriores, no iba a terminar bien. Iba a salir mal, esto saldría mal, pero no
podía coger el punto donde la infección había comenzado y sencillamente
eliminarlo, borrarlo del mapa. Y no podía porque ese punto se llamaba Celia
González y era mi mejor amiga.
Dudé si salir o dejar que mis compañeras de piso se
arreglaran entre ellas solas, y luego me acordé que no tenía ni idea de donde
estaba Rocío, pero en el preciso instante en el que el pensamiento cruzó mi
mente, volvió a desaparecer por donde había llegado. Agucé el oído de nuevo
para atisbar palabras de la discusión que estaban teniendo mis amigas y alcancé
a escuchar como alguien marcaba en el teléfono fijo de nuestro piso. Por el sonido
característico de cada número reconocí la secuencia como el móvil de Adrián,
que vivía con Pablo. Entonces abrí la puerta, crucé el pasillo en apenas dos
zancadas e irrumpí en el salón. Celia estaba sentada en el suelo con el rostro
cubierto de lágrimas que brotaban sin cesar de sus ojos, y Lorena estaba
jugando con el inalámbrico mientras paseaba por la cocina impacientemente. Pero
Adrián no contestó, no supe si dar gracias al Cielo o quizás enfadarme como
nada. Mi mente se debatía sobre si dar la razón a una o a otra; ¿mi mejor amiga
o mi compañera de piso?; ¿sensatez o amistad?; ¿Celia o Lorena?; ¿mente o cuerpo?
Hablar era barato, caí en esa cuenta luego de pensarlo un
rato, no podía ponerme de parte de Celia, porque Lorena no hablaría más. Y no
podía ponerme de parte de Lorena porque me resultaba imposible joderle la vida
a Celia. Suiza. Ni uno ni otro. Imparcial. Así que dejé que el cielo cayera y
la decisión con él. Quizás no era la actitud acertada, pero siempre tenía que
ser jueza y ya estaba cansada. Yo no era imparcial, me costaba tomar decisiones
y mi sentido de la justicia dependía totalmente del grado de amistad. Por eso
entonces me sentía incapaz de decidir por mi misma y atar cabos sueltos. Me
costaba encontrar el punto exacto de inflexión, un punto con el que todos
estuvieran de acuerdo. Y luego estaban las cuestiones personales, Lorena era
tozuda, Celia lo era más y yo carecía de paciencia. Tres patas para un banco.
Dos son pareja, tres multitud. ¿Imparcialidad? Imposible de conseguir, rezaba
porque Rocío llegase y pudiéramos zanjar el asunto, pero luego salieron
cuentas. Si ella entraba, se ponía de parte de una y yo era imparcial la
cuestión no quedaba en tablas, no. Alguien perdía, alguien ganaba. Y en la
guerra como en el amor, siempre se gana y siempre queda un perdedor. Estúpidamente
siempre perdía el que quería más. El que apuntaba más alto, al que más daño se le
hacía. La vida era así y no había reglas. Yo no podía cambiar el mundo. Durante
aquel verano comprendí que la vida era estúpida, inútil e injusta. Muy injusta.
A lo mejor a fin de cuentas yo era igual que la vida. Juzgaba por amistad, por
conocimiento y sin embargo la realidad era
así. Algún día llegarás al límite, pero solo si te limitas. Solo si vives cada
momento cumplirás todos tus deseos. Flotaba libremente por el mundo de “yupi”
como diría Lidia. Y claro, ahí recordé que Lidia sí que era muy imparcial,
Lidia era la mejor jueza que podría haber. Porque ni tenía un amor exagerado
por Lorena ni por Celia. Ella se limitaba a revolotear alrededor de Jaime, de
Sofía y de Patricia. Entonces me separé de la pared, casi podía sentir como mi
cuerpo se había dormido cavilando en la misma posición durante tanto tiempo. Y
me adelanté a zanjar el asunto. Y cuando me dispuse a abrir la boca Celia
levantó un dedo y se alzó del suelo, enfadada.
-Ya está bien, estoy harta Lorena, la que se va a casar soy
yo-.Intentó parar.
-Pero tú sabes que le romperás el corazón a Pablo.-contraatacó
la otra.
Giraba la cabeza de un rostro al otro, al igual que un
espectador de tenis sigue la pelota de un lado al otro del campo. Volví a hacer
otro intento nulo y desesperado, pero seguía siendo imposible hablar. Y
entonces sonó el timbre de casa y suspiré aliviada porque sería Rocío, como
ella apenas las conocía podría ser un buen árbitro también. Así la cuestión
quedaría cerrada y ambas partes acabarían contestas.
Lorena se acercó a la entrada pero yo avancé más rápido que
ella en una señal que pretendía decir “Abro yo, tú ahí estás muy mona” Descorrí
los cerrojos y giré el pomo. Y luego vi su rostro, feliz, con su radiante
sonrisa, y aquellos ojos marrones que se clavaron en los míos cuando le estudié
de arriba abajo. En la mano derecha llevaba un ramo de rosas rojas y en la
izquierda una caja de bombones. Y se me partió el corazón. No recuerdo si caí
de culo o simplemente estuve a punto. Porque él era el menos indicado para
aparecer por casa en este preciso momento…
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