miércoles, 5 de diciembre de 2012

Hablar es barato


-LO QUE ME FALTABA- oí gritar a Lorena.

Supuse que ella habría llegado a casa y Celia le hubiera explicado sus temores al matrimonio a dos días de la boda. Y claro, eso sacó de sus casillas a Lorena, típico. Y di gracias a que era la rizosa, y no se trataba de Claudia, que probablemente hubiese montado un espectáculo en medio del salón.  Y tendría unos motivos claros, unos patrones pre-establecidos, un modelo.

Significaba mucho para mí aquella boda, todos la habíamos organizado excepto los novios, ellos no habían movido un dedo porque se trataba de una acciones a escondidas del padre de Celia, y temimos que el hombre hubiera contratado un detective privado que siguiera a nuestra amiga- aunque era poco probable, dicen que mejor prevenir que curar.- El peor momento llegaría cuando se enterase el resto, incluido el prometido de Cece. Y esto a su vez conllevaría a una discusión, lo sabía, lo intuía, algo dentro me lo decía, no sabía el que, pero esa discusión iba a ser mucho peor que todas las anteriores, no iba a terminar bien. Iba a salir mal, esto saldría mal, pero no podía coger el punto donde la infección había comenzado y sencillamente eliminarlo, borrarlo del mapa. Y no podía porque ese punto se llamaba Celia González y era mi mejor amiga.

Dudé si salir o dejar que mis compañeras de piso se arreglaran entre ellas solas, y luego me acordé que no tenía ni idea de donde estaba Rocío, pero en el preciso instante en el que el pensamiento cruzó mi mente, volvió a desaparecer por donde había llegado. Agucé el oído de nuevo para atisbar palabras de la discusión que estaban teniendo mis amigas y alcancé a escuchar como alguien marcaba en el teléfono fijo de nuestro piso. Por el sonido característico de cada número reconocí la secuencia como el móvil de Adrián, que vivía con Pablo. Entonces abrí la puerta, crucé el pasillo en apenas dos zancadas e irrumpí en el salón. Celia estaba sentada en el suelo con el rostro cubierto de lágrimas que brotaban sin cesar de sus ojos, y Lorena estaba jugando con el inalámbrico mientras paseaba por la cocina impacientemente. Pero Adrián no contestó, no supe si dar gracias al Cielo o quizás enfadarme como nada. Mi mente se debatía sobre si dar la razón a una o a otra; ¿mi mejor amiga o mi compañera de piso?; ¿sensatez o amistad?; ¿Celia o Lorena?; ¿mente o cuerpo?

Hablar era barato, caí en esa cuenta luego de pensarlo un rato, no podía ponerme de parte de Celia, porque Lorena no hablaría más. Y no podía ponerme de parte de Lorena porque me resultaba imposible joderle la vida a Celia. Suiza. Ni uno ni otro. Imparcial. Así que dejé que el cielo cayera y la decisión con él. Quizás no era la actitud acertada, pero siempre tenía que ser jueza y ya estaba cansada. Yo no era imparcial, me costaba tomar decisiones y mi sentido de la justicia dependía totalmente del grado de amistad. Por eso entonces me sentía incapaz de decidir por mi misma y atar cabos sueltos. Me costaba encontrar el punto exacto de inflexión, un punto con el que todos estuvieran de acuerdo. Y luego estaban las cuestiones personales, Lorena era tozuda, Celia lo era más y yo carecía de paciencia. Tres patas para un banco. Dos son pareja, tres multitud. ¿Imparcialidad? Imposible de conseguir, rezaba porque Rocío llegase y pudiéramos zanjar el asunto, pero luego salieron cuentas. Si ella entraba, se ponía de parte de una y yo era imparcial la cuestión no quedaba en tablas, no. Alguien perdía, alguien ganaba. Y en la guerra como en el amor, siempre se gana y siempre queda un perdedor. Estúpidamente siempre perdía el que quería más. El que apuntaba más alto, al que más daño se le hacía. La vida era así y no había reglas. Yo no podía cambiar el mundo. Durante aquel verano comprendí que la vida era estúpida, inútil e injusta. Muy injusta. A lo mejor a fin de cuentas yo era igual que la vida. Juzgaba por amistad, por conocimiento y sin embargo la  realidad era así. Algún día llegarás al límite, pero solo si te limitas. Solo si vives cada momento cumplirás todos tus deseos. Flotaba libremente por el mundo de “yupi” como diría Lidia. Y claro, ahí recordé que Lidia sí que era muy imparcial, Lidia era la mejor jueza que podría haber. Porque ni tenía un amor exagerado por Lorena ni por Celia. Ella se limitaba a revolotear alrededor de Jaime, de Sofía y de Patricia. Entonces me separé de la pared, casi podía sentir como mi cuerpo se había dormido cavilando en la misma posición durante tanto tiempo. Y me adelanté a zanjar el asunto. Y cuando me dispuse a abrir la boca Celia levantó un dedo y se alzó del suelo, enfadada.

-Ya está bien, estoy harta Lorena, la que se va a casar soy yo-.Intentó parar.

-Pero tú sabes que le romperás el corazón a Pablo.-contraatacó la otra.

Giraba la cabeza de un rostro al otro, al igual que un espectador de tenis sigue la pelota de un lado al otro del campo. Volví a hacer otro intento nulo y desesperado, pero seguía siendo imposible hablar. Y entonces sonó el timbre de casa y suspiré aliviada porque sería Rocío, como ella apenas las conocía podría ser un buen árbitro también. Así la cuestión quedaría cerrada y ambas partes acabarían contestas.

Lorena se acercó a la entrada pero yo avancé más rápido que ella en una señal que pretendía decir “Abro yo, tú ahí estás muy mona” Descorrí los cerrojos y giré el pomo. Y luego vi su rostro, feliz, con su radiante sonrisa, y aquellos ojos marrones que se clavaron en los míos cuando le estudié de arriba abajo. En la mano derecha llevaba un ramo de rosas rojas y en la izquierda una caja de bombones. Y se me partió el corazón. No recuerdo si caí de culo o simplemente estuve a punto. Porque él era el menos indicado para aparecer por casa en este preciso momento…

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