lunes, 24 de diciembre de 2012

¿Born to die? Yo te voy a dar "Born to die" y medio


Sentada en la mesa del mejor restaurante de toda la ciudad me sentía como la reina de Coney Island- que en realidad es una península en la ciudad de Nueva York pero que antaño fue una isla- y si bueno era sábado, Celia y Pablo se acababan de casar y yo estaba comiendo un pollo que sinceramente sabía genial. Vale. Rebobinemos. El jueves todo estaba solucionado, la exclusiva no salió del piso y nosotras evitamos que un escándalo sacudiera la vida de mis amigos. Punto número dos: el viernes todo había ido de perlas. Punto número tres: la comida estaba siendo un éxito. Me daba pena Rocío, se quedó sola en casa, aunque Diego me aseguró que comería con ella me seguí dando pena, y aunque lleváramos 20 años sin saber la una de la otra a fin de cuentas era mi gemela.

-Oye Celia, ese que entra por la puerta del salón no es tu pa…-trató de decir Mario, pero se vio interrumpido por un estallido de gritos por parte de señor González.

Mal, mal, mal, MUY MAL. ¿PORQUÉ TODO TENÍA QUE SALIRME MAL? Corrí hacía los novios y los apuré a salir del salón al tiempo que veía como Mario e Izan trataban de agarrar al padre de Celia. Junto a nosotros salían Lucía, Adrián y Alejandro. Ellos cogieron a Pablo y se lo llevaron a casa mientras Lucía y yo huíamos por el restaurante, perseguidos por un séquito formado por cuatro hombres contratados por el padre de la novia. Cuando llegamos a recepción el pánico ya era dueño de toda mi mente, superaba mis límites, me sacaba de mis casillas. Me acerqué al recepcionista y le dije que si existía una salida alternativa a la puerta principal. Me miró extrañado mientras Lucía seguía observando detrás de una planta como dos de los hombres del señor González comprobaban todos y cada uno de los coches que salían del recinto, y ahora era el turno de Izan y Alejandro. Eché una mirada rápida con el tiempo justo para ver como se levaban por delante al más alto de todos que había intentado impedir su marcha.

-Mierda- susurré al mismo tiempo que el otro matón, que acababa de recibir un puñetazo de Izan; sacaba una especie de Walkie-Talkie probablemente para contactar con el jefe.

Entonces llegó corriendo Lorena, con los bajos del vestido rotos, para avisarnos de que esos hombres los tenían a todos encerrados en el salón. Volví a rogarle al empleado que si no sabía otra salida. ¿Acaso no entendía que era cuestión de vida o muerte? Desesperante. Y por primera vez en aquella hora volví a tener esperanza.

-Señorita los baños del primer piso tienen una terraza que da al aparcamiento de servicio, podrían saltar desde allí sin correr ningún riesgo.

Aferré la muñeca de Celia y avancé por las escaleras hasta la planta superior, en efecto encontré susodichos baños y la terraza. Pero Cece se negaba a abandonar al grupo.

-No puedo, iros vosotras, volveré al salón, dejaré que mi padre me castigué y afrontaré que me mandé a Rusia con la tía Sara.

Lucía se me adelantó, pero yo iba a tener la misma reacción, sonó una especie de chasquido y la mano dejó marca en la mejilla derecha de Celia.
-Que te quede claro que nosotros no dejamos a nadie atrás, y si te mandan a Rusia iremos a buscarte- comenzó Lorena.

-Así que déjate de bobadas, métete en ese baño y cámbiame el vestido.- Sentencié seriamente.

¿En qué estaba pensando? Sinceramente no lo sé, pero nosotros éramos la única familia real que tenía Celia, y yo no estaba dispuesta a dejar que su padre desmontase toda su felicidad. Así que rápidamente me puse el vestido de novia de mi amiga, dejé que se enfundase mi vestido azul eléctrico, y esperé hasta que ella y Lucía se hubieran descolgado por la terraza para entonces darme la vuelta hacia Lorena, asentir y emprender el camino de vuelta al lugar donde quizás me esperase la muerte vestida de hombre con traje.

Cuando estás al borde de la muerte te parás a pensar mejor las cosas, reflexionas y te arrepientes de muchas cosas que dijiste y que puede que no tengas tiempo para enmendar. Caminábamos en silencio porque supongo que Lorena también estaría reflexionando sobre su vida y todo ese rollo.

La entrada al salón estaba a la vuelta de la esquina y puede que no me quedarán muchos minutos de vida, justo cuando íbamos a doblar una mano agarró mi brazo me metió en un pasillo y me tapó la boca y otra hizo lo propio con la rizosa.

Estuve a punto de morirme del susto pero me relajé al ver a Celia, Lucía, Izan, pablo y Alejandro. Y como siempre izan tomó la palabra.

-Vale, rápidamente, hay que hacer una incursión en ese salón, liberar a los rehenes, y eliminar a los matones y todo con discreción porque ninguno queremos ir a la cárcel ¿verdad?

Genial, nuestro día de boda había acabado con nosotros actuando como superhéroes y sin cobrar. Perfectamente entendible, porque nacimos para morir.







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