Sentada en la mesa del mejor
restaurante de toda la ciudad me sentía como la reina de Coney Island- que en
realidad es una península en la ciudad de Nueva York pero que antaño fue una
isla- y si bueno era sábado, Celia y Pablo se acababan de casar y yo estaba
comiendo un pollo que sinceramente sabía genial. Vale. Rebobinemos. El jueves
todo estaba solucionado, la exclusiva no salió del piso y nosotras evitamos que
un escándalo sacudiera la vida de mis amigos. Punto número dos: el viernes todo
había ido de perlas. Punto número tres: la comida estaba siendo un éxito. Me
daba pena Rocío, se quedó sola en casa, aunque Diego me aseguró que comería con
ella me seguí dando pena, y aunque lleváramos 20 años sin saber la una de la otra
a fin de cuentas era mi gemela.
-Oye Celia, ese que entra por la
puerta del salón no es tu pa…-trató de decir Mario, pero se vio interrumpido
por un estallido de gritos por parte de señor González.
Mal, mal, mal, MUY MAL. ¿PORQUÉ
TODO TENÍA QUE SALIRME MAL? Corrí hacía los novios y los apuré a salir del
salón al tiempo que veía como Mario e Izan trataban de agarrar al padre de
Celia. Junto a nosotros salían Lucía, Adrián y Alejandro. Ellos cogieron a
Pablo y se lo llevaron a casa mientras Lucía y yo huíamos por el restaurante, perseguidos
por un séquito formado por cuatro hombres contratados por el padre de la novia.
Cuando llegamos a recepción el pánico ya era dueño de toda mi mente, superaba
mis límites, me sacaba de mis casillas. Me acerqué al recepcionista y le dije
que si existía una salida alternativa a la puerta principal. Me miró extrañado
mientras Lucía seguía observando detrás de una planta como dos de los hombres
del señor González comprobaban todos y cada uno de los coches que salían del
recinto, y ahora era el turno de Izan y Alejandro. Eché una mirada rápida con
el tiempo justo para ver como se levaban por delante al más alto de todos que
había intentado impedir su marcha.
-Mierda- susurré al mismo tiempo
que el otro matón, que acababa de recibir un puñetazo de Izan; sacaba una
especie de Walkie-Talkie probablemente para contactar con el jefe.
Entonces llegó corriendo Lorena,
con los bajos del vestido rotos, para avisarnos de que esos hombres los tenían
a todos encerrados en el salón. Volví a rogarle al empleado que si no sabía
otra salida. ¿Acaso no entendía que era cuestión de vida o muerte?
Desesperante. Y por primera vez en aquella hora volví a tener esperanza.
-Señorita los baños del primer piso
tienen una terraza que da al aparcamiento de servicio, podrían saltar desde
allí sin correr ningún riesgo.
Aferré la muñeca de Celia y
avancé por las escaleras hasta la planta superior, en efecto encontré
susodichos baños y la terraza. Pero Cece se negaba a abandonar al grupo.
-No puedo, iros vosotras, volveré
al salón, dejaré que mi padre me castigué y afrontaré que me mandé a Rusia con
la tía Sara.
Lucía se me adelantó, pero yo iba
a tener la misma reacción, sonó una especie de chasquido y la mano dejó marca
en la mejilla derecha de Celia.
-Que te quede claro que nosotros
no dejamos a nadie atrás, y si te mandan a Rusia iremos a buscarte- comenzó
Lorena.
-Así que déjate de bobadas,
métete en ese baño y cámbiame el vestido.- Sentencié seriamente.
¿En qué estaba pensando?
Sinceramente no lo sé, pero nosotros éramos la única familia real que tenía
Celia, y yo no estaba dispuesta a dejar que su padre desmontase toda su
felicidad. Así que rápidamente me puse el vestido de novia de mi amiga, dejé
que se enfundase mi vestido azul eléctrico, y esperé hasta que ella y Lucía se
hubieran descolgado por la terraza para entonces darme la vuelta hacia Lorena,
asentir y emprender el camino de vuelta al lugar donde quizás me esperase la
muerte vestida de hombre con traje.
Cuando estás al borde de la
muerte te parás a pensar mejor las cosas, reflexionas y te arrepientes de muchas
cosas que dijiste y que puede que no tengas tiempo para enmendar. Caminábamos
en silencio porque supongo que Lorena también estaría reflexionando sobre su
vida y todo ese rollo.
La entrada al salón estaba a la
vuelta de la esquina y puede que no me quedarán muchos minutos de vida, justo
cuando íbamos a doblar una mano agarró mi brazo me metió en un pasillo y me
tapó la boca y otra hizo lo propio con la rizosa.
Estuve a punto de morirme del
susto pero me relajé al ver a Celia, Lucía, Izan, pablo y Alejandro. Y como
siempre izan tomó la palabra.
-Vale, rápidamente, hay que hacer
una incursión en ese salón, liberar a los rehenes, y eliminar a los matones y
todo con discreción porque ninguno queremos ir a la cárcel ¿verdad?
Genial, nuestro día de boda había
acabado con nosotros actuando como superhéroes y sin cobrar. Perfectamente
entendible, porque nacimos para morir.
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